domingo, 14 de mayo de 2017

3. Malas calles (Mean Streets, 1973)

El fin del aprendizaje y la primera gran película


Scorsese cuenta con un presupuesto minúsculo de 500.000 dólares del productor Jonathan Taplin para realizar una película alejada de la recreación épica de una saga como la de los Corleone. 
En Malas calles nos encontramos frente a pequeños tiburones del hampa callejera dedicados a negocios de poca monta que viven de trapicheos, contrabando casero, pequeñas extorsiones y para los que su máxima ambición es ser respetables comerciantes.
Estamos ante una reconstrucción entre antropológica y psicológica de los italoamericanos de tercera generación, de cómo se divierten, aman, sueñan, odian y matan, siempre en busca del sueño americano.
Narrada con la fidelidad de una tragedia, donde cada secuencia es el acto de una ópera compulsiva, desgarrada, de vivos colores, como si estuviéramos frente a un perpetuo lamento ensalzado por la utilización de una singular banda musical

Para el reparto Scorsese cuenta con su alter ego Harvey Keitel y con Robert De Niro –que también había crecido en Little Italy– a quien conoce por mediación de Brian de Palma. Era evidente la necesidad de que Scorsese dirigiera a los actores con una fuerza especial; cada gesto, réplica, contrarréplica, forma de moverse, inflexión de voz…, debía ser matizada al máximo buscando la credibilidad. Scorsese mezcla actores profesionales con principiantes.
Dice Scorsese:
Yo no sé nada del método. Nunca he puesto los pies en un curso de arte dramático. Es necesario que mis actores me gusten personalmente, que salgamos juntos, que estemos muy cerca los unos de los otros. Necesito mucho su confianza. Espero mucho de los ensayos.

Formalmente se debía transmitir impotencia y frustración y, para reflejarlo, rueda con la rapidez de un reportaje.
Rodada en largos planos secuencia, su estilo vino impuesto por unas duras condiciones de producción. No se trataba de hacer académicos travellings sino de movimientos rápidos y envolventes, imperfectos en ocasiones, introducidos mediante un montaje brusco sin detenerse en presentaciones ni transiciones, buscando el meollo de la historia de una forma evidente, haciendo hincapié en esa violencia emocional de brutales destellos.

Tiene que rodar los interiores en Los Ángeles y en solo una semana debe rodar los exteriores en Nueva York,  en Little Italy. Durante el rodaje permite gran libertad a los actores y el resultado son escenas con diálogos que suenan a verdad y a violencia y confiere a esos personajes una dignidad que les distingue de los estereotipos habituales del género negro.


Malas calles es, a la vez, la clausura de los años de formación de Martin Scorsese y su primera gran película. Utiliza material directamente autobiográfico y el guion es fruto de las experiencias de su infancia y su adolescencia. 
Logra imprimir a ese material íntimo la marca de un gran cineasta que ya controla su expresión con mano firme, es capaz de inventar largos planos fluidos para rodar una pelea en un salón de billares.
Muchos recursos utilizados en Malas calles pasarán a ser lugares comunes del cine popular: utilización de cámara lenta a contratiempo, empleo de la música, diálogos de tres palabras gritadas y replicadas sin cesar.

Malas calles bebe de la historia del cine, así podemos identificar extractos de The Tomb of Ligea (Corman, 1965), Centauros del desierto (The Searchers, J. Ford, 1956) o de Los sobornados (The Big Heat, de Fritz Lang, 1953).

La Warner decide distribuirla, la película se estrena en octubre de 1973 y Pauline Kael, adalid del nuevo Hollywood y crítica del The New Yorker le concede el título de “Mejor film americano del año”.

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