Mankiewicz abandona Los
Ángeles y vuelve a Nueva York donde en 1953
adapta para la gran pantalla Julio César (Julius Caesar) de William Shakespeare. A pesar de que en las películas históricas ya se utilizaba el
color (es el caso de La túnica sagrada, (The Robe, Henry Koster, 1953), Mankiewicz realiza
Julio
César en blanco y negro.
En unas declaraciones sostiene:
Me negué a hacerlo en color porque la sangre de César iba a dominar toda la puesta en escena, y no me pareció nada acertado que fuera el rojo de la sangre lo que dominara las relaciones entre Bruto, César y Marco Antonio.
Me negué a hacerlo en color porque la sangre de César iba a dominar toda la puesta en escena, y no me pareció nada acertado que fuera el rojo de la sangre lo que dominara las relaciones entre Bruto, César y Marco Antonio.
El proyecto cuenta con
un presupuesto de dos millones de dólares, con un plan de ensayos de tres
semanas y un reparto impresionante formado por actores británicos como John
Gielgud, Debora Kerr o Greer Garson y norteamericanos como Edmon O’Brien, George
MacReady o Marlon Brando quien entra en el proyecto porque Mankiewicz se niega
a que el papel de Marco Antonio lo interprete Charlton Heston.
Y Marlon Brando
lo borda.
Mankiewicz, que sabe
recitar pasajes enteros de la obra de Shakespeare, hará una adaptación muy fiel
al texto del dramaturgo inglés y disfruta de un rodaje placentero.
Pero el director sabía
del riesgo que corría si se dedicaba simplemente a ilustrar la obra de
Shakespeare, de esta manera su cámara no
se limita a encuadrar a los intérpretes sino que va a participar del valor
de la conspiración y del halo de misterio
que impregna la historia de Julio César.
Con la forma de observar a los personajes, la cámara nos habla de ellos y de su actitud, es un testigo directo de los acontecimientos, un narrador visual que evita tomar partido, pero que intenta escudriñar en el pensamiento de cada uno de los que entran en escena. Dentro de un mismo encuadre busca que la expresión de unos y otros aporte una dimensión de conocimiento de los personajes incluso por encima de sus respectivas oratorias.
Con la forma de observar a los personajes, la cámara nos habla de ellos y de su actitud, es un testigo directo de los acontecimientos, un narrador visual que evita tomar partido, pero que intenta escudriñar en el pensamiento de cada uno de los que entran en escena. Dentro de un mismo encuadre busca que la expresión de unos y otros aporte una dimensión de conocimiento de los personajes incluso por encima de sus respectivas oratorias.
Un ejemplo de todo esto
lo podemos ver en la parte de la celebración de una reunión informal que
convoca al núcleo duro de los conspiradores. Vemos a Bruto que, al mismo tiempo
que verbaliza su voluntad de unir esfuerzos, se sitúa en el centro del cuadro
siendo objeto de las miradas de los seis romanos, todos ellos operan a cara
descubierta asumiendo un objetivo común cuando antes los hemos visto con los
rostros cubiertos por capuchas.
Estamos ante el preludio al acto que tendrá lugar a la mañana siguiente en la que Julio César será asesinado a plena luz del día. La escena, rodada con una elegancia fuera de lo común se enfatiza con la lectura de una carta ‘a cámara’ por parte de Trebonio (personaje inexistente en la obra de Shakespeare) culmina con una frase de la obra teatral cuando el dictador romano expresa un lamento en forma de súplca ‘¿Y tú también Bruto?’ instantes antes de que su cuerpo quede extendido en el suelo del Senado que le había proclamado líder del imperio.
Estamos ante el preludio al acto que tendrá lugar a la mañana siguiente en la que Julio César será asesinado a plena luz del día. La escena, rodada con una elegancia fuera de lo común se enfatiza con la lectura de una carta ‘a cámara’ por parte de Trebonio (personaje inexistente en la obra de Shakespeare) culmina con una frase de la obra teatral cuando el dictador romano expresa un lamento en forma de súplca ‘¿Y tú también Bruto?’ instantes antes de que su cuerpo quede extendido en el suelo del Senado que le había proclamado líder del imperio.
Una vez muerto César sus
asesinos se reúnen en torno a su cadáver y pronuncian unas palabras que les
saca de la propia película, ellos mismos en un juego recurrente de Mankiewicz
reflexionan sobre la ficción, sobre como ese momento que están viviendo se
representará a lo largo de los siglos por hombres y naciones que aún no existen
y en idiomas que aún no se han creado. Este juego del autor creando una ficción
dentro de otra ficción está presente en toda su obra y aquí tenemos un ejemplo
extraordinario.
A continuación entra en
escena Marco Antonio que les pide permiso para hablar de César a la multitud,
los conspiradores están temerosos pero Bruto acepta saliendo él mismo primero
para poner al pueblo de Roma de parte de los asesinos, pero el discurso que va
a pronunciar Marco Antonio será espléndido, una pieza maestra de la retórica en
el que consigue que el lenguaje desmonte la conspiración, por medio de la
palabra consigue volver en contra de Bruto y de Casio a las multitudes.
Julio César (1953) (Discurso de Bruto)
Julio César (1953) (Discurso de Marco Antonio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario