domingo, 4 de junio de 2017

El montaje y el efecto Kuleshov

El cineasta soviético Lev Kuleshov pretendía comprobar el efecto que tenían la sucesión de diferentes planos sobre el espectador, para ello, realizó un experimento en el que intercalaba planos de diferentes situaciones (un plato de sopa, un ataúd, o una mujer) con el rostro del actor Iván Mozzhujin. A pesar de la expresión del actor era siempre la misma, el público percibió que ésta cambiaba en función de la situación mostrada.
Así, se comprobó cómo el público colabora en la elaboración de significados, los cuales eran propiciados según la asociación mental que provocaba el montaje realizado por el director. Eisenstein será una figura clave para el surgimiento de diversas teorías sobre el tipo de montaje que debía hacerse, llegando a plantear incluso el tiempo que debía permanecer un plano en pantalla para que éste fuese efectivo.Sergei M. Eisenstein pondría en práctica el efecto Kuleshov, en películas como Octubre donde se intercalarán planos de símbolos cristianos con los de otras religiones, sugiriendo así que todas las religiones eran iguales.


Pero sin duda, una de las escenas más conocidas será la escalera Potemkin, grabada en de la ciudad ucraniana de Odesa para la película “El acorazado Potemkin”En ella, los ciudadanos de la ciudad son acechados por las tropas zaristas, lo que se aprovechó para crear una de las escenas más icónicas del cine, donde se emplearon técnicas de montaje hasta entonces nunca vistas. Tras un plano general se usaba un plano detalle, posteriormente se seguía con un travelling vertical para luego pasar a otro más cerrado… 
Podríamos decir que el montaje de “El acorazado Potemkin” supuso un punto de inflexión en el séptimo arte. Como afirma el director soviético Pudovkin (1956), “para el director cada plano del film cumple el mismo propósito que la palabra para el poeta (…) el montaje es el lenguaje del director de cine”.
En el siguiente vídeo podemos ver cómo se puede comunicar cualquier mensaje o conseguir cualquier efecto con el uso del montaje.



 Quién quiere vivir ahí (María Hernández, 2017)

domingo, 14 de mayo de 2017

1. Martin Scorsese


Su cuarto de baño es una sala de montaje, su dormitorio una sala de proyección. Los magnetoscopios no descansan durante las veinticuatro horas, la música no se interrumpe jamás, la noche se confunde con el día, el día con la noche.
(Michael Powell realizador británico, amigo de Scorsese).

Capaz siempre de sorprendernos visualmente, de filmar desde complejas películas de ficción a documentales arriesgados, de llevar sus personajes a situaciones límite, Scorsese  puede ser tan depresivo, generoso, impulsivo y destructivo como sus héroes.

Cinéfilo insaciable, su mundo lo conforman las imágenes de miles de películas, su cine es un reflejo visceral de las contradicciones de este católico de origen italiano, a caballo entre dos culturas y que impregnan toda su obra.
Scorsese ha rodado algunas obras capitales del cine americano de los últimos decenios como Toro salvaje (Racing Bull,1980) elegida por los críticos como la mejor película de los ochenta, aunque también ha conocido delicados momentos que han puesto en peligro su carrera.
Bajo de estatura, con problemas asmáticos desde su infancia y cuatro matrimonios a sus espaldas, Scorsese vive a la velocidad de sus personajes, inmerso en un continuo caudal de emociones, sin tomarse un momento de respiro, obsesivo y neurótico con la historia que tiene entre manos.
Explosivo como las bandas musicales de su filmografía, Scorsese sabe dar a sus ficciones una capacidad emotiva que parecía patrimonio de los viejos realizadores del cine americano.

RECUERDOS DE UN CINÉFILO

Vamos a repasar algunas declaraciones del propio Scorsese en las que explica su relación personal con el cine.

‘Para mí, mis recuerdos de espectador están indisolublemente ligados a la familia. Mi padre y yo nos comunicábamos en silencio al compartir juntos estas imágenes y emociones extraordinarias. Todo esto me marcó tanto, hasta el día de hoy, que lo esencial de mi deseo y de mi necesidad de expresarme por medio del cine surge directamente de ahí’.

(…) ‘Estamos mi padre y yo en un autobús de Queens, camino del cine en el que proyectan Balas vengadoras (I Shot Jesse James, 1949), y nos preguntamos: “¿Por qué la gente sigue dedicándose tranquilamente a sus ocupaciones? ¿No saben que hoy dan Balas vengadoras? ¿Tienen realmente la intención de no ir a ver la película?”



(…) ‘Salgo del cine una tarde y la cegadora claridad del sol destruye la magia del hechizo; nunca fui tan consciente de esa pérdida como cuando, a la edad de diez años, salí del cine de mi barrio después de haber visto una reposición de Lo que el viento se llevó en Technicolor’.

‘Me resulta imposible limitar a una sola la experiencia cinematográfica más significativa que he tenido. ¿Por dónde empezar? Las zapatillas rojas, Ciudadano Kane, Centauros del desierto, Senso, El gatopardo, El tercer hombre, La ley del silencio, Al este del Edén, Los cuentos de Hoffman, Raíces profundas, De entre los muertos/Vértigo, Bonnie and Clide, Alexander Nevski…’

Como anécdota y aunque no aparezca en estas declaraciones hay que señalar que la película favorita de Martin Scorsese es Tierra de faraones (Land of theFaraohs, 1955) de Howard Haws.

En cuanto a los actores podemos ver lo que piensa de ellos en estas declaraciones en una entrevista publicada el 3 de marzo de 1996 en Cahiers du Cinema:

‘La familia es algo muy importante para mí, es una referencia. De Niro y Keitel son parte de mi familia. Mis padres también les consideran como hijos suyos. Joe Pesci también forma parte de la familia. (…) Coppola es como un hermano mayor. De Palma también. (…) Para un realizador, como para los actores, la idea de la familia hace las cosas más fáciles, más agradables’.

Para terminar, unas declaraciones de Scorsese sobre el sentido de la vida:
(…) ‘Gracias a mi madre y a esa parte de mi familia, aprendí el sentido del humor. Ese fatalismo siciliano me parece maravilloso: “No te preocupes. ¡Ocurra lo que ocurra, será malo!”. Una vez lo sabes no hay problemas. Uno ya no busca ser feliz. Se contenta con pequeñas cosas de vez en cuando. Pero es necesario seguir viviendo. Y la vida es, la mayor parte del tiempo, un problema.

(Entrevista realizada por Thierry Jousse y Nicolas Saada (3-2-1996) Cahiers du Cinema 500).

2. El camino hacia el cine

ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS

A lo largo de los años Martin Scorsese ha trazado un camino en el que cada una de sus películas, ficción o documental, proyecto personal u obra de encargo, es ante todo un film de Martin Scorsese.
Esta coherencia e independencia manan de su energía inagotable y de su habilidad política. Cualidades que también le han permitido servir a su arte más allá de su labor como director de cine ya que también es un fanático archivista-coleccionista de películas. (…) Martin Scorsese se ha convertido en uno de los guardianes de la historia que él mismo ha contribuido a escribir.

Scorsese pasó su infancia y adolescencia en un gueto, el de Little Italy en Nueva York, lo que hace de él casi un inmigrante. De esa condición surge, a la vez, su sentimiento de ser un extranjero en su país y un apego violento y doloroso a este. 
De él extraerá el descubrimiento casi fascinado de la gran sociedad neoyorquina en La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993), así como la descripción angustiada de la corrupción contemporánea en Infiltrados (The Departed, 2006). Para tener una idea del mundo en el que Martin Scorsese se crio, hay que ver Malas calles (Mean Streets, 1973), que muestra el gueto italiano antes de su transformación en un barrio de moda.

Los padres de Scorsese ya nacieron en Nueva York al poco tiempo de que sus respectivas familias llegaran de Sicilia en 1910. Los inmigrantes ocuparon los edificios de Little Italy según sus orígenes geográficos. Elizabeth Street, donde se asientan, es una calle siciliana. (…) el padre, Charles Scorsese trabaja en la confección, su madre Catherine es costurera a domicilio, cocinera y matrona. 
El pequeño Martin es víctima de frecuentes ataques de asma por lo que permanece en casa y contempla la vida de las calles a través de la ventana de su habitación, en el tercer piso.
Scorsese deberá esperar al fin de sus estudios secundarios para descubrir el mundo más allá de los confines de Little Italy. Mientras tanto, se fija ese microcosmos al que la enfermedad le impide pertenecer del todo, a la vez que le forja el rasero de su única salida exterior, el cine. Su vinculación al cine se convierte en el eje de su biografía.

Martin creció en una familia en la que los libros no estaban presentes. Como contrapartida, a los cuatro años vio Duelo al sol (Duel in the Sun, 1946) de King Vidor, un western melodramático y erótico del que guardará un recuerdo asombrado y violento.



A medida que su asma se agrava, su padre le lleva cada vez más a menudo al cine. Poseedor de una memoria prodigiosa, Martin Scorsese empieza a almacenar los rudimentos de lo que llegará a ser una de las erudiciones cinéfilas más impresionantes del siglo. 
Para completar dicha educación, la televisión hace su entrada en casa de los Scorsese. Y permite que el niño descubra otro cine además del de las salas de Manhattan: películas neorrealistas italianas, producciones británicas como Narciso negro, (Black Narcissus, 1947) de Michael Powell y Emeric Pressburger o, de los mismos autores,  Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948). En definitiva, películas que por su fantasía narrativa y sus colores barrocos, se alejaban de la norma hollywoodiense.

Cuando cumple once años Martin Scorsese acude a misa y a puertas de la adolescencia desea tomar los hábitos. Pero cuando va a cumplir catorce años irrumpe en las pantallas de los televisores Elvis Presley. El cineasta ha dicho que fue el rock and roll lo que disuadió su vocación sacerdotal.
En unas declaraciones recogidas en Cahiers du cinéma dice: ‘Sólo estudié algunos meses… Fue entonces cuando estalló la revolución del rock and roll. La música, aquella música, fue muy importante para mí… Fui expulsado. Para ellos yo era un golfo, semilla de gánster’.

Siempre presente en toda su filmografía, la religión será una constante referencia iconográfica que resultará determinante para comprender determinados comportamientos de algunos personajes. Seducido por la parafernalia visual de los oficios y celebraciones de la iglesia católica, todo su cine se encuentra impregnado de cierto fervor popular, acompañado por el apego a cualquier tipo de fiesta o reunión familiar, de esta manera nos ofrece  una colorida versión de su herencia latina, de unas personalidades a menudo contradictorias, marcadas por el carácter biográfico de gran parte de su obra que podemos ver en la trilogía compuesta por Malas calles, Toro salvaje y Uno de los nuestros. 
Como él mismo dice: Cuando uno se ha criado en Little Italy, ¿qué se puede ser sino gánster o sacerdote?
De cualquier modo, en 1956, Martin Scorsese anda por las calles de su barrio en compañía de jóvenes que acabarán mal.

Termina sus estudios secundarios con notas muy justas y a principios de los sesenta ingresa en el Washington Square College de la Universidad de Nueva York.
En la Universidad, Scorsese se da cuenta de que no todas las chicas son morenas y de que se puede hablar de cine durante horas. Los cursos de cine los imparte un profesor de origen armenio Haig Manoogian quien descubre a sus estudiantes los grandes directores del cine mudo, el experimental y a los autores europeos.
También es en la Universidad donde conoce a gente como Brian de Palma quien dirige sus primeros largometrajes a un joven actor llamado Robert De Niro, a Jonas Mekas, cineasta de vanguardia,  o a John Cassavetes que acaba de iniciar su carrera de director independiente, demostrando que se podía rodar en las calles de Nueva York y dar vida a personajes salidos de la realidad.

A partir de 1963 Scorsese rueda sus primeros cortometrajes. En esas primeras películas ya apunta un talento de director de actores, una maestría del ritmo  una búsqueda de la verdad de los personajes que se harán constantes en su obra. 
Scorsese se licencia en Lengua Inglesa y poco después logra rodar Bringon the Dancing Girls en 35 mm, la crítica del New York Times señala, en términos elogiosos la “vitalidad brutal” y la “imaginación fértil” del joven cineasta.
Martin Scorsese se casa en la catedral de San Patricio y en 1965 nace su hija Catherine. Por entonces no era nada optimista respecto a sus proyectos. Su modelo era Orson Welles que había dirigido su primer largometraje antes de cumplir los treinta años y Bernardo Bertolucci que tiene su misma edad.

Haig Manoogian convence a Scorsese para que retome Bringon the Dancing Girls y filme nuevas escenas. Convence a un joven actor llamado Harvey Keitel que encarna al joven que deambula por las calles de Little Italy con sus amigos. La película se llamará ¿Quién llama a mi puerta? (Who’s that Knoking at my Door?, 1967) y es la ópera prima del realizador neoyorkino.

                                                     Who’s that Knoking at my Door? (1967)

3. Malas calles (Mean Streets, 1973)

El fin del aprendizaje y la primera gran película


Scorsese cuenta con un presupuesto minúsculo de 500.000 dólares del productor Jonathan Taplin para realizar una película alejada de la recreación épica de una saga como la de los Corleone. 
En Malas calles nos encontramos frente a pequeños tiburones del hampa callejera dedicados a negocios de poca monta que viven de trapicheos, contrabando casero, pequeñas extorsiones y para los que su máxima ambición es ser respetables comerciantes.
Estamos ante una reconstrucción entre antropológica y psicológica de los italoamericanos de tercera generación, de cómo se divierten, aman, sueñan, odian y matan, siempre en busca del sueño americano.
Narrada con la fidelidad de una tragedia, donde cada secuencia es el acto de una ópera compulsiva, desgarrada, de vivos colores, como si estuviéramos frente a un perpetuo lamento ensalzado por la utilización de una singular banda musical

Para el reparto Scorsese cuenta con su alter ego Harvey Keitel y con Robert De Niro –que también había crecido en Little Italy– a quien conoce por mediación de Brian de Palma. Era evidente la necesidad de que Scorsese dirigiera a los actores con una fuerza especial; cada gesto, réplica, contrarréplica, forma de moverse, inflexión de voz…, debía ser matizada al máximo buscando la credibilidad. Scorsese mezcla actores profesionales con principiantes.
Dice Scorsese:
Yo no sé nada del método. Nunca he puesto los pies en un curso de arte dramático. Es necesario que mis actores me gusten personalmente, que salgamos juntos, que estemos muy cerca los unos de los otros. Necesito mucho su confianza. Espero mucho de los ensayos.

Formalmente se debía transmitir impotencia y frustración y, para reflejarlo, rueda con la rapidez de un reportaje.
Rodada en largos planos secuencia, su estilo vino impuesto por unas duras condiciones de producción. No se trataba de hacer académicos travellings sino de movimientos rápidos y envolventes, imperfectos en ocasiones, introducidos mediante un montaje brusco sin detenerse en presentaciones ni transiciones, buscando el meollo de la historia de una forma evidente, haciendo hincapié en esa violencia emocional de brutales destellos.

Tiene que rodar los interiores en Los Ángeles y en solo una semana debe rodar los exteriores en Nueva York,  en Little Italy. Durante el rodaje permite gran libertad a los actores y el resultado son escenas con diálogos que suenan a verdad y a violencia y confiere a esos personajes una dignidad que les distingue de los estereotipos habituales del género negro.


Malas calles es, a la vez, la clausura de los años de formación de Martin Scorsese y su primera gran película. Utiliza material directamente autobiográfico y el guion es fruto de las experiencias de su infancia y su adolescencia. 
Logra imprimir a ese material íntimo la marca de un gran cineasta que ya controla su expresión con mano firme, es capaz de inventar largos planos fluidos para rodar una pelea en un salón de billares.
Muchos recursos utilizados en Malas calles pasarán a ser lugares comunes del cine popular: utilización de cámara lenta a contratiempo, empleo de la música, diálogos de tres palabras gritadas y replicadas sin cesar.

Malas calles bebe de la historia del cine, así podemos identificar extractos de The Tomb of Ligea (Corman, 1965), Centauros del desierto (The Searchers, J. Ford, 1956) o de Los sobornados (The Big Heat, de Fritz Lang, 1953).

La Warner decide distribuirla, la película se estrena en octubre de 1973 y Pauline Kael, adalid del nuevo Hollywood y crítica del The New Yorker le concede el título de “Mejor film americano del año”.

4. Taxi Driver (1976)

El guionista de Taxi Driver es Paul Schrader, nacido en 1946 y educado bajo la rigidez de la iglesia calvinista, no había visitado un cine hasta los 17 años. Terminados sus estudios teológicos se inscribe en un curso de cine y de ahí pasa a la Universidad de Los Ángeles donde se especializa en guion cinematográfico.
La redacción de Taxi Driver es una especie de exorcismo al que se entrega después de sufrir varias crisis personales y de abandonar el hospital donde había sido tratado de una úlcera.
En una entrevista en Film Comment dice:
Cuando salí a la calle me di cuenta de que tenía que cambiar de vida, porque sino moriría. Decidí marcharme a Los Ángeles. Fue entonces cuando caí en la cuenta de la metáfora de Taxi Driver, el hombre que por dinero se cambia por cualquier otro; el hombre que se mueve por la ciudad como una rata de alcantarilla; el hombre que está constantemente rodeado de gente, y sin embargo, no tiene amigos. El símbolo absoluto de la soledad urbana. Eso era lo que había estado viviendo, ése era mi símbolo, mi metáfora. La película trata de un coche como símbolo de la sociedad urbana, un ataúd de metal.
(Entrevista de Richard Thompson en Film Comment).

Basado en un personaje real, Arthur H. Bremer, que había intentado asesinar al gobernador Wallace y que se convirtió en modelo de aspirantes a asesinos como John Hinckley que le disparó al presidente Reagan y utilizando una serie de atípicas fuentes para un autor americano que van desde La náusea de Sartre a El extranjero de Camus, se va perfilando el retrato de Travis Bickler, un solitario que se pasa el día y la noche rodeado de gente. Fiel exponente del hombre sin identidad nacido en la moderna urbe: veintiséis años, exmarine veterano de Vietnam, sus conocimientos se limitan a un carnet de conducir, sufre insomnio, toma anfetaminas y bebe sin desmayo. Vive en un destartalado apartamento donde su única relación con el exterior son las imágenes de un televisor en blanco y negro. Alrededor de Travis transitan el pecado, la culpa y la redención.

Teniendo en cuenta que Taxi Driver es una película estructurada alrededor del diario de Travis donde la monocorde voz del protagonista nos introduce en un proceso de esquizofrenia próximo a la paranoia, había necesidad de personalizar esa obsesiva subjetividad con un estilo visual propio, difícil por la excesiva interiorización de la historia coherente con el punto de vista de un calvinista como Schrader quien otorga una óptica moralista a todas las acciones de sus personajes.
Lo que yo creo que sucedió es que escribí un guion esencialmente protestante, frío y aislado y Martin dirigió una película muy católica. (Schrader)

Taxi Driver (Tráiler)

Palma de oro en Cannes en 1976 y primer gran éxito de Scorsese, Taxi Driver es una película distinta de Malas calles en lo fundamental. Aquí la comunidad ha desaparecido, la ciudad ya no es un medio natural sino una proyección de los fantasmas y los miedos de un solo hombre, Travis Bickle, quien vive en el interior de un espíritu en ruinas.

Si uno hace una película en Nueva York obtiene de esta ciudad más de lo que le pide. Esto lo aprendí cuando rodé Taxi Driver. Un verano increíblemente caluroso (la temperatura sobrepasaba los treinta y cinco grados) y húmedo se abatía sobre la ciudad (…) Además había una huelga de basureros. (…) Pero más allá de los problemas, del ruido y de las condiciones de trabajo imposibles, en Nueva York hay algo, una sensación que impregna el tema que tratas (sea el que fuere) y que acaba afectando al comportamiento de tus personajes. Esta sensación –una especie de murmullo es indefinible, aunque todos los que viven en esa ciudad saben de qué estoy hablando. (…) Nueva York puede ser calificada con tantos adjetivos ―grosera, mágica, espantosa, dinamizadora, agotadora, prosaica― que cada vez que alguien ha de evocarla en una película, aunque sea accidentalmente, la ciudad acaba por imponerse.
Martin Scorsese, Cahiers du Cinéma nº 500.

Toda la primera parte de la película es una especie de pesadilla urbana sobre Nueva York vista a través del taxi de Travis. No se trata de imágenes de documental, realista o descriptiva sino las imágenes borrosas de una ciudad apocalíptica.

Empeñado en purificar a la ciudad de sus abominaciones, Travis se siente investido por una misión divina, al igual que Ethan Edwards, el vengador interpretado por John Wayne en Centauros del desierto.
Aislado del mundo exterior, Travis solo lo percibe a través de una sucesión de alucinaciones pobladas de personajes repugnantes: el marido mirón y homicida que encarna el mismo Scorsese, el macarra interpretado por Harvey Keitel que pone a trabajar a una adolescente interpretada por Jodie Foster.

                                                            Taxi Driver (Escena de la tienda)
La precisión y fuerza de esas visiones son deudoras del desglose plano a plano que Scorsese dibuja antes del rodaje.
La fotografía de Michael Chapman hace vibrar las luces de la ciudad, capta los vapores tóxicos y alimenta el crescendo de la violencia hasta un final apocalíptico.

Taxi Driver supone un impacto terrible para los espectadores.

Contra todo pronóstico, y sin duda debido a que es la expresión exacta del estado de ánimo depresivo e hiperactivo del momento (la derrota americana en Vietnam, los inicios de la reacción reaganiana),Taxi Driver arrastra al gran público a las salas. 
En 1976 obtiene la Palma de Oro en Cannes lo que asegura la reputación de Scorsese.

5. Toro salvaje (1980)

Robert De Niro insiste a Scorsese con llevar a la pantalla la biografía de Jack La Motta. En el otoño de 1978 Scorsese sufre graves problemas de salud, De Niro va a verle al hospital y le pregunta si desea morir. En ese momento comprende quien es Jack La Motta porque ha pasado por la misma experiencia que él.
En las antípodas de las epopeyas deportivas como Rocky (John G. Alvidsen, 1976) que empiezan a invadir las pantallas americanas, Toro salvaje es la historia de una autodestrucción.
Para el montaje, Scorsese y Thelma Schoonmaker se inspiran en las figuras rítmicas con las que él había experimentado en su documental El último vals (The Last Waltz, 1978). También tratan de evocar la dislocación del espacio y la percepción bajo los golpes, como cuando muestran un golpe que asesta Robinson para encadenarlo con un plano de las piernas de La Motta por las que chorrea la sangre.
Para el sonido se elaboran nuevos ruidos asociados a los golpes, a los destellos de los flashes, e interrumpe también esa cacofonía tan ordenada con bruscos oasis de silencio, que subrayan el impacto del caos que va a seguir.

Para Toro salvaje Scorsese inventó una nueva manera de filmar los combates e impone el blanco y negro al estudio.
Hoy se considera la cima de la obra de Scorsese, pero cuando se estrenó una parte de la crítica estadounidense la acogió con hostilidad, reprochándole la expresión de una violencia cada vez menos tolerada en el país de Ronald Reagan y negándole al protagonista la redención que, en realidad, es el tema central de la película.
El fracaso comercial se une a que en los premios de la Academia es derrotada por Gente corriente (Ordinary People, 1980) de Robert Redford quien también consigue el premio al mejor director. Solo reciben premio Robert De Niro como mejor actor y Thelma Schoonmaker al mejor montaje.

Algunas declaraciones de Scorsese sobre Toro salvaje:
Bob (Robert De Niro) quería hacer la película. Yo no; no sabía nada del boxeo. Para mí es como un juego de ajedrez físico. Se necesita la inteligencia de un jugador de ajedrez para saber escoger los golpes, y al mismo tiempo hacerlo con el cuerpo. Alguien puede no tener ninguna educación y resultar ser un genio en el arte del boxeo. Cuando yo era pequeño, miraba los combates de boxeo en los cines, que siempre estaban rodados desde el mismo ángulo, y nunca conseguía distinguir a los boxeadores. Me parecía muy fastidioso y además no entendía nada. Tenía una pequeña idea acerca de la motivación de un boxeador, y entendía por qué Bob quería interpretar a toda costa el papel de Jack La Motta. Procedía del mismo medio social, obrero, italo-norteamericano. Había frecuentado un poco el hampa.

(…) Le pedí a Paul Schrader que escribiera una nueva versión de la historia de La Motta. Tuvo la idea genial de empezar el relato por la mitad, en el momento en el que Jack está a punto de ganar un combate. Derriba al tipo. Pero pierde. ¿Por qué? Porque no quiere seguir las reglas de los gangsters. No es una cuestión de honor, sino que sencillamente no quiere repartir el dinero con ellos. Luego, vuelve a su casa y se pelea con su mujer por la forma de freír los bistecs. Esto significa que tendremos una pelea doméstica, que la mesa va a saltar en pedazos y que su hermano tendrá que intervenir… Ya está, tenemos una película.


Scorsese asiste a algunos combates en el Madison Square Garden, no le interesa el mundo del boxeo, pero se sorprende con la imagen de una esponja empapada en sangre que cae sobre la lona del cuadrilátero y que mancha a los asistentes de las primeras filas.
Martin Scorsese empieza a dibujar lo combates, a darles personalidad. Un realismo que aparece desde el primer enfrentamiento entre Jack La Motta y Sugar Ray Robinson, hasta la pesadilla de la revancha que toma las formas de un mártir pintado en la Edad Media, con sus regueros de sangre manando de las heridas y el rostro diabólico y contraído de Robinson, por oposición a la cara mutilada de La Motta. El público, el cuadrilátero ha desaparecido. Esos excesos serían intolerables en color, pero durante su preparación Michael Powell, veterano del cine británico y que fue el director de Las zapatillas rojas (1948) advierte ‘Esos guantes rojos me molestan’ suscitando en Scorsese una reflexión que le conduce a imponer a los productores la elección del blanco y negro que decanta los excesos de la imagen hacia la abstracción.



Las únicas escenas rodadas en color son las imágenes domésticas del boxeador y su familia que sirven para marcar el paso del tiempo. Un recurso espléndido de Scorsese tremendamente evocador junto a la banda sonora elegida.



(…) Dibujé todas las escenas de los combates. (…) Me dije es preciso rodar desde el interior del cuadrilátero. Es preciso rodar de forma más detallada, más elaborada. [Los combates] era lo primero que queríamos rodar, durante diez semanas. El resto eran otras diez semanas con los actores. Era duro, pero correspondía a lo que yo llamaría el rodaje de una película normal, con los problemas que cabría esperar. En las secuencias de los combates hubo enormes dificultades para encontrar los planos que necesitaba. Cada día era preciso poner a punto con el director de fotografía Michael Chapman, toda una maquinaria para obtener lo que queríamos. Había que prestar atención al físico de Bob, al número de tomas, pero debo decir que en el cuadrilátero había una energía extraordinaria. El rodaje de las secuencias de combate equivalía al de diez películas a la vez.
Publicado en Musique au cinéma (diciembre de 1995)

Después de Toro salvaje Scorsese rueda:


6. Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990)

Para Uno de los nuestros Scorsese dispuso del mayor presupuesto de su carrera, 25 millones de dólares que se convierten en 47 millones de ingreso en taquilla.
Scorsese había leído la narración que el escritor Nicholas Pileggi había escrito basándose en la vida del mafioso arrepentido Henry Hill y está convencido de haber encontrado una voz autentica para evocar el crimen organizado.
De la infancia de un irlandés en Queens que soñaba con ser un gánster como los italianos, hasta su declive cuando tiene que denunciar a sus cómplices y ponerse bajo la protección de las autoridades federales, tiene todo lo que el cineasta necesita: el deseo de pertenencia y el miedo a la exclusión, la frontera tenue que separa el mundo normal del universo de los monstruos, la traición.

Scorsese escribe el guion junto a Pileggi, cuando se reúnen le muestra al escritor películas de la Nouvelle Vague como Al final de la escapada (A bout de soufflé, 1960) de Godard o Jules y Jim (Jules et Jim, 1962) de Françoise Truffaut con el fin de que Pileggi se apropie de esos métodos narrativos con disgresiones bruscas o la vos en off que adquiere la importancia de un personaje más.
La puesta en escena es como el destilado de todas las experiencias que Scorsese ha acumulado hasta el momento: el virtuosismo del plano secuencia que muestra a Henry Hill entrando al club nocturno por la cocina (que veremos con más detalle), la violencia psicótica de la escena en que Joe Pesci mata a un joven gánster en una especie de aria obscena porque ha encajado mal su broma, la precisión de las escenas de las familias que muestran a los gánsteres en las zonas residenciales americanas.

Es una vuelta al mundo de Malas calles, pero sin religión. (…) Lo que quiero describir es la vida cotidiana de una familia de la mafia durante los años 60 y 70. Los robos, los crímenes, las salidas al Copacabana… con todo detalle: la ropa que llevan, las mujeres de las que se rodean, los cadáveres que se entierran o desentierran. Aquellos tipos son verdaderos gangsters. No quieren ser otra cosa.
Martin Scorsese, declaraciones a Hubert Niogret, Positif, nº 356

El plano secuencia que explica la película:
Los planos secuencia si están bien realizados es una de las técnicas cinematográficas que más se disfrutan en pantalla.
Entre los más conocidos destaca el magistral e inquietante prólogo de “Sed de mal” (1958) y en Uno de los nuestros tenemos uno que me parece la quintaesencia de los planos secuencias: la escena del restaurante Copacabana ¿La razón? Es el único plano secuencia que cumple con todas y cada una de las siguientes cualidades:
    Dinamismo: Es un plano técnicamente fluido. Acompañamos a Henry y Karen desde una concurrida calle hasta la primera mesa de un restaurante con orquesta, pasando por los recovecos de una cocina en plena hora punta de incesante actividad. Todo ello perfectamente expuesto por los sutiles movimientos que ofrece la steadycam.
Coordinación: No se cortaron a la hora de contar con extras para la toma. Un centenar de personas perfectamente coordinadas. Poner de acuerdo a tanta gente para que todos hagan su función. Si alguno falla hay que repetir todo.
No es falso: Toda la secuencia se rodó de principio a fin sin falsos cortes. En la película “Hijos de los hombres” (Alfonso Cuarón, 2006) se quiso mostrar el rescate de una mujer embarazada en mitad de una batalla en una sola toma, pero una salpicadura de sangre en la lente de la cámara que después desaparece como por arte de magia le delata.  
Justificación de encuadre por movimiento: Esta cualidad es de gran apoyo para dar dinamismo a la secuencia. Se trata de la disposición de elementos en el encuadre que acompañan al movimiento del plano. De este modo, no se hace notoria la intención del cineasta en mostrar lo que él quiere mostrar, sino de mostrar lo que se debe. Para ello introduce a mozos de cocina o camareros, que entran en plano desde la izquierda del encuadre, y a continuación la steadycam acompaña el movimiento con la intención de ubicar el siguiente movimiento de nuestros protagonistas.
Coherencia expositiva: Los planos secuencia que mejor funcionan son los que acompañan a los mismos personajes desde el principio hasta el final del mismo. Tener un punto de vista con el que los espectadores nos podamos identificar justifica plenamente la existencia del plano en una sola toma. En el caso de “Uno de los nuestros” nos identificamos con Karen, ya que tanto ella como nosotros somos testigos al mismo tiempo de los medios de Henry para conseguir la mejor mesa del restaurante sin hacer cola. Además, la percepción que tiene Karen del estilo de vida de Henry en esta secuencia condiciona la trama. Ya que Henry en esta escena se gana, después de una primera cita fallida, a la que en un futuro será su esposa. 
El factor metafórico: Es en este punto es donde el ejemplo de Uno de los nuestros destaca sobre los demás, ya que se trata del único plano secuencia que he visto que tenga esta característica. Hay veces en la que los directores sintetizan la esencia de sus personajes en un plano. Pues bien, Scorsese sintetiza la esencia de toda la película en un único plano: “El hombre que salta la cola de un restaurante para acabar obteniendo la mesa que quiere” sirve como metáfora del “hombre que infringe las leyes para conseguir el status social deseado”. Y es que Uno de los nuestros, en esencia, trata de eso. En un mismo plano vemos a clientes bien arreglados esperando pacientemente en una fila para acceder al lugar que su buena posición social les ha permitido: una mesa en el restaurante Copacabana. Sin embargo, Henry no hace colas. Para ello accede a través de las cocinas, abriéndose camino entre cocineros y camareros a los que Henry paga para legitimar su presencia. En otras palabras, Henry es un hombre que no está dispuesto a sacrificar años de su vida en hacer bien las cosas para acceder a lo que podría obtener por otras vías menos éticas pero más caras. En lugar de eso usa un camino sin glamour pero eficaz para alcanzar sus fines: emprende la vía del crimen. No le preocupa arriesgarse a que el olor a fritanga de las cocinas oculten el de su colonia si para ello no tiene que esperar por una mesa para disfrutar del show. Y al final, cuando consigue llegar a su bien posicionada mesa, los suyos le recuerdan que están ahí, en la mesa vecina. El modo empleado no es otro que invitándole a una botella cuyo precio probablemente sea similar al desembolso de Henry con el servicio que le ha facilitado el camino. En definitiva, un grupo de mafiosos en la mejor área del restaurante por el hecho de incentivar económicamente a los camareros, al igual que hacen con los policías, jueces y fiscales.

Ante una filmografía ten extensa e importante como la de Martin Scorsese no podemos más que acercarnos brevemente a ejemplos como los que hemos visto, como saben hay muchas más películas y la mayoría ejemplos destacados en la historia del cine. Scorsese sigue en activo, hace unos meses estrenó la fallida Silencio (Silence, 2016) y está terminando El irlandés (The Irishman), de nuevo una historia sobre la mafia en la que vuelve a trabajar con todos sus actores míticos; Robert de Niro, JoePesci, Harvey Keitel junto a Al Pacino y Leonardo Di Caprio.
Tras múltiples nominaciones a lo largo de su carrera, ganó finalmente el Óscar al mejor director por Los infiltrados (The Departed, 2006), film con el que también ganó el Óscar a la mejor película en la 79ª edición de los Premios de la Academia (2007). El Óscar le fue entregado por sus amigos Francis Ford CoppolaGeorge Lucas y Steven Spielberg
Terminamos con una frase de Martin Scorsese sobre el cine:
En realidad, es el recuerdo de la sala de cine en sí misma lo que me viene a la mente. Recuerdo que de niño me llevaban al cine –mi padre, mi madre, mi hermano‒ y que mi primera sensación fue la de penetrar en un mundo mágico: la alfombra mullida, el olor de las palomitas de maíz frescas, la oscuridad, la sensación de seguridad y sobre todo de estar en un santuario. (…) Un mundo de sueños. Un lugar que provocaba y agrandaba nuestra imaginación.


Agrandemos nuestra imaginación.

domingo, 7 de mayo de 2017

1. El cine de Mankiewicz

La vida echa a perder los guiones

La vida echa a perder los guionesTodo lo que uno piensa que va a suceder en su vida, los planes que elabora, los guiones que escribe con lo que va a hacer por la tarde, la semana próxima o cuando cumpla los treinta, nunca salen bien. Los diálogos jamás se pronuncian como se concibieron, a veces simplemente no se pronuncian. Es más fácil escribir el guion para una película. Tiene más probabilidades de salir bien. 

Joseph Leo Mankiewicz dirigió veinte largometrajes, aunque escribió y produjo muchos más. Entre sus trabajos como director podemos destacar Eva al desnudo (Allabout Eve, 1950), Julio César (Julius Caesar, 1953), Cleopatra (1963) o La huella (Sleuth, 1972). La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) fue su película más personal, un ajuste de cuentas, su resumen final, su despedida de Hollywood donde se convirtió en inmortal, pero donde nunca se sintió a gusto.
Mankiewicz vivió una época de transición del cine norteamericano que va desde el ocaso del clasicismo a la eclosión de la modernidad. 
De gran formación intelectual y educado en la cultura clásica sin embargo es capaz de desconfiar del sistema de valores clásico, por ejemplo reflexiona sobre los límites de la filosofía racionalista como instrumento para conocer el mundo. Todo esto se traduce en un cine en el que recrea un mundo ficticio en el que sus personajes se abstraen de la realidad y donde crean un mundo en el que prolongar un tiempo lo que se les escapa de las manos.
Ahí está la gran originalidad de Mankiewicz, en unos personajes que no se conforman con actuar sino que podemos decir que aspiran a escribir el guion, en ellos prima la inteligencia, el raciocinio y el cálculo premeditado lo que se traduce en unas brillantes y sofisticadas tramas. Los diálogos de estos personajes están cargados de profundas reflexiones filosóficas y se expresan con ironía analizándose a sí mismos y sus propios sentimientos. Y Mankiewicz observa el comportamiento de sus personajes y las relaciones que se establecen entre ellos como un espejo de sus propias contradicciones como director y creador.


El juego en el cine de Mankiewicz


Lo que me fascina es la idea del juego, el juego en el interior del juego, y el hecho de que jugamos tanto tiempo que, al final, es el juego el que acaba jugando con nosotros.

La huella (Sleuth, 1972)
El juego y la representación acaban convirtiéndose en herramientas estructurales de sus películas. Esta pasión por el juego se manifiesta por todos los rincones de sus films y llega a convertirse en la estructura misma de la narración.
Así, vemos como el juego aparece en varias de sus películas: una adivinanza en Carta  a tres esposas, una broma de graves consecuencias en Eva al desnudo, una partida a la gallinita ciega en Julio César, el escondite de Operación Cicerón, las maquetas de barcos que escenifican una naumaquia en Cleopatra, una partida de dados en Ellos y ellas o los autómatas, los disfraces y las múltiples charadas que protagonizan La huella.