El fin del aprendizaje y la primera gran película
Scorsese cuenta con un presupuesto minúsculo de
500.000 dólares del productor Jonathan Taplin para realizar una película alejada
de la recreación épica de una saga como la de los Corleone.
En Malas
calles nos encontramos frente a pequeños tiburones del hampa callejera
dedicados a negocios de poca monta que viven de trapicheos, contrabando casero,
pequeñas extorsiones y para los que su máxima ambición es ser respetables
comerciantes.
Estamos ante una reconstrucción entre
antropológica y psicológica de los italoamericanos de tercera generación, de
cómo se divierten, aman, sueñan, odian y matan, siempre en busca del sueño americano.
Narrada con la fidelidad de una tragedia, donde
cada secuencia es el acto de una ópera compulsiva, desgarrada, de vivos
colores, como si estuviéramos frente a un perpetuo lamento ensalzado por la
utilización de una singular banda musical
Para el reparto Scorsese cuenta con su alter ego
Harvey Keitel y con Robert De Niro –que también había
crecido en Little Italy– a quien conoce por mediación de Brian de Palma. Era
evidente la necesidad de que Scorsese dirigiera a los actores con una fuerza
especial; cada gesto, réplica, contrarréplica, forma de moverse, inflexión de
voz…, debía ser matizada al máximo buscando la credibilidad. Scorsese mezcla
actores profesionales con principiantes.
Dice Scorsese:
Yo no sé nada del método. Nunca he puesto los
pies en un curso de arte dramático. Es necesario que mis actores me gusten
personalmente, que salgamos juntos, que estemos muy cerca los unos de los
otros. Necesito mucho su confianza. Espero mucho de los ensayos.
Formalmente se debía transmitir impotencia y
frustración y, para reflejarlo, rueda con la rapidez de un reportaje.
Rodada en largos planos secuencia, su estilo
vino impuesto por unas duras condiciones de producción. No se trataba de hacer
académicos travellings sino de
movimientos rápidos y envolventes, imperfectos en ocasiones, introducidos mediante
un montaje brusco sin detenerse en presentaciones ni transiciones, buscando el
meollo de la historia de una forma evidente, haciendo hincapié en esa violencia
emocional de brutales destellos.
Tiene que rodar los interiores en Los Ángeles y
en solo una semana debe rodar los exteriores en Nueva York, en Little Italy. Durante el rodaje permite
gran libertad a los actores y el resultado son escenas con diálogos que suenan a verdad y a violencia y confiere a esos
personajes una dignidad que les distingue de los estereotipos habituales del
género negro.
Malas
calles es, a la vez, la clausura de los años de formación de
Martin Scorsese y su primera gran película. Utiliza material
directamente autobiográfico y el guion es fruto de las experiencias de su
infancia y su adolescencia.
Logra imprimir a ese material íntimo la marca de un
gran cineasta que ya controla su expresión con mano firme, es capaz de inventar
largos planos fluidos para rodar una pelea en un salón de billares.
Muchos recursos utilizados en Malas
calles pasarán a ser lugares comunes del cine popular: utilización de
cámara lenta a contratiempo, empleo de la música, diálogos de tres palabras
gritadas y replicadas sin cesar.
Malas calles bebe
de la historia del cine, así podemos identificar extractos de The
Tomb of Ligea (Corman, 1965),
Centauros del desierto (The Searchers, J. Ford, 1956) o de Los sobornados
(The Big Heat, de Fritz Lang, 1953).
La Warner decide distribuirla, la película se
estrena en octubre de 1973 y Pauline Kael, adalid del nuevo Hollywood y crítica
del The
New Yorker le concede el título de “Mejor film americano del año”.
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