En los buenos finales no hay trompetas, ni fanfarrias, ni se comen perdices. Los buenos finales (felices, quiero decir) no existen porque eso es en sí mismo un oxímoron.
El final es sólo final, es decir, es malo, acaba mal, en el mejor de los casos en el cero o en la desaparición, en el peor en la amargura, o en el recuerdo melancólico, o en la aridez del arrepentimiento (o la culpa si eres judeo-cristiano) y las oportunidades que, perdidas, dan vueltas en la cabeza como en una lavadora.
No busquen, pues, guionistas, buenos finales, el buen final es siempre malo y obedece a las leyes de la gravedad.
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